Cuando entramos a la cabina roja, juntos, espere que llamaras para irnos a mi casa.
Tuve que quedarme afuera de la cabina roja por que entre los dos hacíamos mucha diferencia al frío; tenia la nariz rosa y las mejillas pálidas, tu no te apurabas, seguías hablando, yo me volví hacia mi bolsillo para encontrar el cigarro que me quedaba, predidose la circunferencia, miro de súbito a tu figura, la cabina roja se hallaba vacía ante mis ojos. No lo creía. Corrí para todos lados, quise multiplicarme y encontrarte,
Mas allá de una cuadra de la que corrí vi que tu boca rozaba la de otro.
-puta- pensé, y me resbale con mi reclamo, me cobije en la lluvia… grite, grite por que tenia rabia y por no llorar frente a los que pasaban, grite.
Ninguna objeción o calificativo te cabía, la culpa era irrefutable, a mi vista infalible.
Nunca me sentí tan pasado a llevar, tan deshollejado al andar.
Mis días pasaron y pasaron. Vieron con apatía los besos de los amantes en los adoquines de arbusto, sucumbieron a la agonía de anfetaminas de yeso, murieron conmigo.

Pasada una de mis noches a la deriva, delirando mientras la calma del olvido te acallaba, oí tu voz en el callejón, a las afueras de mi puerta, suplicando abrigo.
Quise bajar y besarte de golpe, pero el orgullo triunfante cerro puertas y ventanas, y me tumbo de sueño, al rato mire por mi ventana y no se que aire me dio de perdonar te al fin y al cabo, para que andamos con cosas si yo te amo, si yo te extraño tanto, tanto.

Al final despalfirre toda mi mala gana, de nuevo me comí la rabia y para terminar seguí con la farsa. Hoy de nuevo seguimos parados frente a la cabina roja. Esperando.